Y al otro día le presentamos al resto de prisioneros, salvo los de Burne. Le plugo sobremanera. Supliconos aún que, por su amor, matásemos todos los cerdos que teníamos; que él había de compensárnoslos con cabras y gallinas. Los matamos, para complacerle, colgándolos después bajo la cubierta. Cuando alguno de éstos, por ventura, los veía, cubríase el rostro, preocupado hasta de no sentir su olor.
Hacia la tarde del mismo día, apareció sobre un prao el portugués Pedro Alfonso; no se apeara aún de él, y ya el rey habíale mandado llamar para decirle, riendo, que aunque fuera de Terenate, nos contestara verdad sobre cuanto preguntásemos nosotros. Explicó él que rodaba por las Indias desde hacía ya dieciséis años, pero sólo diez en Maluco; o sea, tantos como hacía que éste se descubriera, aunque en secreto. Hacía un año, menos quince días, que llegó por aquellos puertos un navío grande desde Malaca; y partiose con carga de clavo. Pero por los temporales se hubo de guarecer en Bandan algunos meses. La capitaneaba Tristán de Meneses, portugués también; y según él, preguntole qué nuevas corrían por la Cristiandad, dijo que de Sevilla se había zarpado una flota de cinco naves para descubrir Maluco en nombre del rey de España, y siendo su capitán Fernando de Magallanes, portugués. Y cómo el rey de Portugal, por despecho ante la traición de uno de los suyos, había destacado algunas carabelas hacia el cabo de Buena Esperanza y otras al cabo de Santa María -donde moran los caníbales-, para cerrarles el paso; no dieron con él. Luego, el rey de Portugal había oído decir que dicho capitán había pasado por otro mar y marchaba sobre Maluco; inmediatamente escribió a su capitán mayor en la India, por nombre Diego López de Sichera, que enviaba seis navíos a Maluco. Pero por causa del Turco, que cerníase sobre Malaca, no los mandó; antes viérase obligado a fletar contra aquél, hacia el estrecho de la Meca, sesenta velas lo menos; no encontrando las tales allí más que algunas galeras embarrancadas junto a la hermosa y fuerte plaza de Aden. Esas quemaron. Tras cuya operación, enviara sobre nosotros, a Maluco, en la tierra de Judá, un gran galeón con dos órdenes de artillería; aunque, por ciertos bajos, más las corrientes que prodúcense en torno a Malaca y vientos de proa, no pudo avanzar y reculó. El capitán del galeón dicho, era Francisco Faria, portugués; y, pocas jornadas antes, una carabela flaqueada por dos juncos, navegó estas latitudes preguntando por nosotros. Los juncos aproximáronse a Bachian para cargar clavo, con siete portugueses. Cuyos portugueses, por no haber respetado a las mujeres del rey y de los suyos (el rey les advirtió una y otra vez que se contuvieran pero sin resultado), fueron muertos. Cuando a la carabela llegó tal cosa, emprendieron veloz retorno a Malaca, abandonando los juncos con cuatrocientos bahar de clavo y tantas mercancías para que se comprasen cien bahar más. Pues vienen muchos juncos al año, desde Malaca a Bandan, para cargar cáscara verde de nuez y nuez moscada; y de Bandan a Maluco, por clavo. Y navegan los de aquí, sobre sus juncos desde Maluco a Bandan en tres días, y de Bandan a Malaca en quince. El rey de Portugal disfrutaba de Maluco desde hacía diez años, aunque en secreto, para que no lo supiese el de España.
Entretúvose con nosotros hasta las tres de la madrugada, refiriéndonos otras mil cosas aún. Le insistimos tanto, con promesas de buen sueldo, que acabó por prometer venirse con nosotros a España.