En la mañana del lunes 29 de julio vimos venir hacia nosotros más de cien praos, divididos en tres agrupaciones, con otros tantos tungulis, que son sus barcas pequeñas. Ante esto, y con la sospecha de que se tratara de cualquier engaño, hicímonos, lo más velozmente posible, a la vela; tan velozmente, que abandonamos un ancla. Mas temíamos aún vernos cercados entre una gran cantidad de juncos que habían anclado a nuestras espaldas el día anterior...
Así, que nos revolvimos con rapidez sobre éstos y apresamos a cuatro, matando a muchos de sus ocupantes. Tres o cuatro consiguieron huir. Iba en uno de los apresados el hijo del rey de la isla de Lozón. Era éste capitán general del rey de aquí, de Burne, y acudía con sus juncos desde una villa grande, que llamaban Laoc, que está en un extremo de esta isla encarado hacia Java Mayor. El rey de Burne arruinaría y saquearía antes tal villa porque obedecía al de Java Mayor, en lugar de a él.
Juan Carvajo, nuestro piloto, dejó libre a este capitán y su junco sin nuestro consentimiento, por cierta cantidad de oro, según después supimos. A no haberlo hecho, nos habría pagado el capitán cuanto se le pidiera, porque le tenían mucho por allá, pero mucho más por los gentiles, por cuanto estaba él al servicio del rey moro. Porque hay en aquel puerto otra ciudad, de gentiles ésta y mayor que la del moro donde estuvimos. Edificada sobre el agua también, andan siempre los dos pueblos en combate por la posesión total del puerto. El rey gentil es tan potente como su colega el moro, mas no tan soberbio. Se le convertiría con facilidad a la fe de Cristo.
El rey moro, cuando le dijeron de qué modo habíamos tratado a los juncos, nos envió a advertir, por uno de los nuestros que quedaron en tierra, que los praos no venían para perjudicarnos en absoluto, antes aparejáronse contra los gentiles; y como prueba de su afirmación, le enseñaron algunas cabezas degolladas, repitiéndole que eran de gentiles. Enviamos a decir al monarca que tuviese a bien consentir el regreso de los dos hombres que habían bajado a tierra para traficar, así como al hijo de Juan Carvalho (que había nacido en las tierras del Verzin), pero se negó. Culpa de Juan Carvalho, precisamente, por dejar libre a aquel capitán.
Nos quedamos con dieciséis hombres de los principales, para traerlos a España y tres mujeres en nombre de la reina de España también; pero Juan Carvalho las usó como suyas.
Sus barcos de importancia son los juncos, construidos de la siguiente manera: su fondo queda casi dos palmos sobre el nivel del agua, y es de tablas con clavos de árbol -bastante bien hecho-; corona esa armazón un plano contrapesado de cañas gordísimas, capaz de sostener tanto utillaje como una carabela. Su arboladura es de caña también y de corteza vegetal el velamen.
La porcelana sale de la tierra blanquísima, tras haber permanecido allá cincuenta años antes de su rematado; de esta forma, no sería tan fina. La entierra el padre para el hijo. Si se vierte veneno en una jarra de porcelana, se rompe al punto. Las monedas que en estas partes usan los moros son de metal, agujereadas en el centro para poderlas ensartar, y sólo constan en ella cuatro signos en una de las caras: son letras del gran rey de China y las llaman picis.
Por un chatil de plata viva, que equivale a dos libras de las nuestras, dábannos seis platillos de porcelana; por un quinterno de plata, cien picis; por ciento sesenta chatiles, un jarroncito de porcelana; por tres cuchillos, un odre de porcelana; por cierto sesenta chatiles de metal, un bahar de cera -que son doscientos tres chatiles-; por ochenta chatiles de metal, un bahar de sal; por cuarenta chatiles de metal, un bahar de resina para calafatear las naves... Pues por aquí alquitrán no se encuentra.
Veinte tahiles constituyen un chatil. Aprecian por encima de todo el metal, la plata viva, el vidrio, el cinabrio, los paños de lana, telas y nuestras demás mercancías; pero, especialmente, el hierro y los anteojos. Van estos moros tan desnudos como cuantos vimos hasta ahora, y se beben la plata viva. Los enfermos, para purgarse; los sanos, para seguir sanos.
El rey de Burne posee dos perlas del tamaño de los huevos de gallina, y tan redondas que no pueden quedar quietas sobre una mesa y sé esto certísimo porque, cuando le llevamos los obsequios, se le indicó por señas que nos le mostrara; y dijo que lo haría. Días después, algunos jerarcas nos confesaron haberlas visto ellos.
Adoran estos moros a Mahoma y sus leyes: no comer carne de cerdo; limpiarse el culo con la mano izquierda; no comer con ésta; con la derecha, en cambio, no tomar cosa alguna; sentarse cuando orinan; no matar gallina ni cabra sin hablar antes con el sol; cortar a las gallinas las puntas de las alas, así como las pellejillas que les cuelgan y las patas, descuartizándolas después -primero, de arriba abajo-, lavarse la cara con la mano derecha; no lavarse los dientes con los dedos, y no comer ningún animal no muerto por ellos mismos. Están todos circuncidados, como los judíos.
Crece en aquella isla el alcanfor, especie de bálsamo que brota entre los árboles; su piel es tan tenue como la de las cebollas. Si se la deja descubierta, poco a poco esfúmase en nada. La llaman capor. Prodúcese también la canela, jengibre, mirabolanes, naranjas, limones, chácaras, melones, cocos, calabazas, rábanos, cebollas, escarloños, vacas, búfalos, puercos, cabras, gallinas, ánsares, ciervos, elefantes, caballos y otras cosas. Es una isla tan grande que se tarda tres meses en circundarla en un prao; hállase en los 5 1/4 grados de latitud del Polo Ártico, y en los 176 2/3 de longitud desde la línea de partición; y se llama Burne.
Al abandonar esta isla, volvimos atrás, en busca de cualquier puerto donde carenar las naves que hacían agua. Una, por poca atención de su piloto, rozó ciertos bajos de una isla que llaman Bibalon; pero con la ayuda de Dios, conseguimos rescatarla. Uno de sus marineros se ingenió para alumbrar una candela en un barril lleno de pólvora para las bombardas: al retemblar la nao con el estallido, quedó libre. Siguiendo nuestra ruta, nos apoderamos de un prao lleno de cocos, que se trasladaba a Burne. Los hombres huyeron hacia un islote. Mientras capturábamos aquel, otros tres huyeron, hasta perderse tras un montón de arrecifes.