10/08/2019Pigafetta, 10-08-1519

El lunes 10 de agosto, día de San Lorenzo, del año antedicho, encontrándose la escuadra abastecida de todo lo necesario para el mar, demás de sus tripulaciones (éramos doscientos treinta y siete), nos aprestamos de buena mañana a salir del puerto de Sevilla, y con disparo de muchas salvas dimos el trinquete al viento. Y fuimos descendiendo por el río Betis, modernamente llamado Gadalcavir (sic), cruzando ante un lugar que nombran Gioan Dalfarax (sic), que era ya gran población bajo los moros, y cuyas dos riberas unía un puente -cortando ese camino del río hacia Sevilla- del cual llegaron hasta hoy, cubiertas por el agua, dos pilastras. Y son menester hombres que conozcan bien su sitio y ayuden al paso de las naves, para que no topen con aquellas; e importa también aviar cuando llega hasta allá la marea alta; y aun la busca de vericuetos, pues no tiene el río tanto fondo que admita embarcaciones muy cargadas o profundas. Después apareció otro lugar, que se llama Coria, dejando muchos otros al borde del río, hasta el alcance de un castillo del Duque de Medina Sidonia, el cual se llama San Lúcar, y es por donde se penetra en el Mar Océano -levante-poniente, con el cabo de San Vicente, que está a 37 grados de latitud y a unas 10 leguas-. De Sevilla, por el río, distaríamos ya como 17 ó 20. A los pocos días, apareció el capitán general, con los otros capitanes, navegando río abajo en las lanchas de las carabelas; y permanecimos allá muchos días aún, para terminar de armar muchas cosas que faltaban; y, en todos, bajábamos a tierra, para oír misa en un lugar que dicen Nuestra Señora de Barrameda, cerca de San Lúcar. Y, antes de la partida, el capitán general quiso que todos confesasen, y no consintió que ninguna mujer viniese en la armada, para mayor respeto.